martes, 26 de febrero de 2013

El papabile sobre los abusos sexuales


El cardenal Peter Turkson, de quien hablé hace unos diez días como uno de los posibles candidatos a reemplazar a Benedicto XVI como papa de la Iglesia Católica, parece empeñado en sobrepasarse a sí mismo. La vez anterior saltó a las noticias cuando dijo que la criminalización de la homosexualidad era “entendible” en África, como parte de una tradición que hay que respetar, y que la pena de muerte para los homosexuales sólo le parecía “exagerada”. Ahora, en una entrevista en la CNN en la que se le preguntó sobre la posibilidad de que el escándalo de las denuncias de abusos sexuales clericales a niños llegue a África, afirmó que esas cosas no son frecuentes en África porque, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos y Europa, allí hay tabúes contra las relaciones homosexuales que han “protegido de esas tendencias” a la población.

La red de sobrevivientes de abuso clerical SNAP respondió a Turkson:
“Oímos hablar menos sobre los delitos sexuales del clero y su encubrimiento en África por la misma razón que en el resto del mundo en vías de desarrollo: [porque allí] tiende a haber menos fondos para quienes hacen cumplir la ley, sistemas de justicia civil menos vigorosos, menos periodismo independiente, y una diferencia aún más grande en poder y riqueza entre los funcionarios eclesiásticos y sus feligreses.”
La idea de que los abusos sexuales clericales tienen que ver con la homosexualidad es una a la que adhiere el Secretario de Estado vaticano Tarcisio Bertone y muchos otros, que han llegado al extremo de “explicar” muchos de los abusos como relaciones homosexuales entre sacerdotes y adolescentes varones. Lo que un análisis serio muestra es que los sacerdotes han tenido históricamente acceso más fácilmente a niños y adolescentes varones (por ejemplo, en escuelas e internados), lo cual explica la mayor proporción de varones abusados. Más allá de lo cual (y esto es lo que los jerarcas católicos y sus defensores suelen ignorar y negar) el problema principal nunca ha sido la etiología de los abusos, sino su encubrimiento sistemático.

Las declaraciones de Turkson me recordaron inmediatamente a otro gran fanático religioso y enemigo de la diversidad sexual, el presidente de la República Islámica de Irán. Mahmud Ahmadinejad dijo en 2007 (y reafirmó unos años más tarde) que “en Irán no tenemos homosexuales”. Como en muchos de los países del continente africano cuyas tradiciones Turkson aprecia tanto, en Irán la homosexualidad se castiga con la pena de muerte; o más correctamente, existe una ley que permite a cualquiera con influencia suficiente (especialmente el gobierno mismo) hacer ahorcar a una persona por el simple expediente de acusarla de sodomía y conseguir testigos dispuestos a afirmarlo. La tradición de acusar al vecino de sodomita (o de blasfemo, o de brujo), la tradición de obligar a toda una comunidad a seguir las mismas reglas por medio de la presión más brutal y las amenazas más violentas: ésa es la tradición que el papabile Peter Turkson defiende.

lunes, 25 de febrero de 2013

Los obispos alemanes y la píldora del día después

Estoy seguro de que al lector le ocurrirá muchas veces leer a algún representante de Dios en la Tierra y no saber si reír o llorar o maravillarse ante su inagotable perversidad argumentativa o su incomparable presunción. Para mí es algo habitual, aunque tengo que salir a buscarlo. Los obispos católicos nunca defraudan.

El jueves 21 de febrero la Conferencia Episcopal Alemana publicó un documento donde autoriza la administración de anticonceptivos de emergencia a mujeres violadas.
El cardenal Karl Lehmann (Maguncia), en su calidad de presidente de la Comisión Doctrinal de la Conferencia Episcopal Alemana ha presentado, una vez constatada la disponibilidad de nuevos preparados con principios activos alterados, la evaluación teológico-moral del empleo de la llamada «píldora del día después». El cardenal Joachim Meisner (Colonia) explicó su declaración del pasado 31 de enero de 2013 -de acuerdo con la Congregación para la Doctrina de la Fe y la Academia Pontificia- así como el trasfondo de la cuestión, que tiene como punto de partida el rechazo de asistencia a una víctima de violación por parte de dos hospitales de Colonia.

La Asamblea reitera que las mujeres que son víctimas de una violación han de recibir, por supuesto, asistencia humana, médica, psicológica y espiritual en los hospitales católicos. Esto puede incluir la administración de la «píldora del día después» partiendo de la base de que sus principios sean no abortivos, sino anticonceptivos.
Como bien se aclara, el detonante de esta decisión fue una instancia de un problema que muy probablemente sea habitual: el hecho de que en los hospitales católicos las doctrinas de la Iglesia tienen mayor peso que las buenas prácticas médicas, con lo cual la vida de una mujer es considerada como menos valiosa que la de cualquier embrión o feto, incluso si no está implantado o es inviable. (Recordemos el caso de Savita Halappanavar en Irlanda.)

El paso dado por los obispos alemanes es minúsculo: en ningún caso se habla de la posibilidad de abortar (ni siquiera para salvar la vida de la madre) ni de autorizar el uso de anticonceptivos en forma general. Sin embargo algunos devotos lo tomaron como si los obispos hubieran subido a Facebook una foto suya disfrutando de los restos sangrientos de un bebé recién nacido mientras cubrían su desnudez con calzones con la bandera del arcoiris. De pronto toda la autoridad de los pastores de la Iglesia voló por la ventana, al dejar de coincidir con los prejuicios y con el odio concentrado de los católicos a las mujeres.

La noticia publicada en InfoCatólica recibió una serie de comentarios a cual más extremo (algunos de los cuales ya han desaparecido prudentemente). Uno (de pseudónimo “Pero Grullo”) opinó que “Las píldoras anticonceptivas son las del día antes, las del día después siempre son abortivas”; otro (una mujer), que “todos los anticonceptivos normales de nueva generación son también abortivos”; otro, que la fecundación ocurre a los 50 minutos del acto sexual si hay un óvulo disponible. Un argentino aseguró que esto es una “ofensiva” de los “criptoprotestantes alemanes” aprovechando el momento de debilidad del papado. Uno notó con singular falta de relevancia que hace años una niña de 13 violada en Ecuador se negó a abortar y parió el que luego sería un sacerdote. Alguien citó la frase de los obispos de que “ha de respetarse la decisión de la mujer afectada” como sospechosamente similar al lema feminista-abortista “nosotras parimos, nosotras decidimos”.

El sábado 23 salió publicada una “aclaración” sobre el tema del obispo español Juan Antonio Reig Pla, quien dijo, seguramente sin notar lo ridículo que suena, que “hasta la fecha ni la Santa Sede, ni la Conferencia Episcopal Española han publicado documento alguno en el que se haga referencia a una «píldora del día siguiente» de tales características” (que no sea abortiva). Los comentaristas no se hicieron esperar, algunos apoyando la bravura de Reig Pla al denunciar la ingenuidad o segundas intenciones de los alemanes, otros repitiendo que ambos tenían razón y no hay contradicción. Uno queda con la impresión de que debe ser cansador ser católico laico: no sólo hay que escuchar a todos y cada uno de esos viejos con ínfulas divinas que se hacen llamar obispos, leer encíclicas largas y aburridas y decidir cómo esas reglas arcaicas y esos pronunciamientos arbitrarios se aplican a la vida real, sino —encima de todo— tratar de entender qué pasa cuando Dios dice “blanco” por una boca autorizada y “negro” por otra. Un trabajo agotador.

Y pasando a los hechos reales: ni la Conferencia Episcopal Alemana ni la Española ni el Papa mismo tienen la más mínima autoridad para informarnos (y digo “nos” porque la Iglesia Católica insiste en querer hacernos cumplir a todos sus reglas, no sólo a los suyos) de si tal o cual píldora funciona como debe. Los medios “informativos” de la Iglesia Católica vienen publicando desde hace tiempo datos falsos sobre los anticonceptivos, los preservativos, el aborto y otros temas similares, a veces a través de fachadas (como el portal Sexo Seguro), otras a través de “institutos” u ONGs afiliadas, que suelen contar con “expertos” para reafirmar las mentiras que ellos mismos han contribuido a propalar. Los anticonceptivos de emergencia que se utilizan hoy no sólo no son abortivos, en el sentido médicamente aceptado (es decir, no interrumpen el embarazo, definido como el proceso que comienza con la implantación del embrión en el útero), sino que tampoco son “abortivos” en el sentido que utiliza la Iglesia (no impiden la implantación o anidación del embrión): sólo pueden prevenir la ovulación o bloquear la fecundación. Estudios de hace décadas sugerían que algunos productos utilizados podían alterar el endometrio y bloquear la implantación, pero han quedado desacreditados. Naturalmente, los católicos devotos niegan o ignoran esa realidad, de la misma manera que niegan otros hechos, sea porque sus pastores los han alimentado con mentiras o porque simplemente no quieren aceptarlos.

Los obispos alemanes, me parece, han hecho un guiño a quienes conocen la falsedad de la propia Iglesia, que no puede sostenerse ante la ciencia. Es, como dije, un gesto mínimo de caridad y decencia. Si no fuesen ellos los responsables de dictar cómo los médicos deben trabajar en sus hospitales, la noticia no ameritaría aparecer aquí ni en un ningún otro medio. Y si no fuesen obispos, nadie les daría crédito por esta minúscula concesión. Pero no seamos mezquinos. Bienvenidos, obispos alemanes; ya apenas les falta un siglo o dos para ponerse a la par de la buena gente.

viernes, 22 de febrero de 2013

¿No más homofobia?

Veo en los medios católicos cierta alegría porque la agencia de noticias global Associated Press ha decidido prohibir a sus redactores el uso del término homofobia, quitándolo de su universalmente reconocido manual de estilo. (Un manual de estilo es una serie de guías, convenciones y reglas —desde la puntuación hasta la gramática— que se deben seguir para componer un documento, tal como un artículo periodístico, dentro de una organización.)
El Manual de Estilo de AP se autoproclama “la Biblia del periodista”, y es considerado por muchas personas de prensa en el mundo como una referencia importante de redacción correcta en diarios y revistas, particularmente en inglés.
Como, naturalmente, muchos de nosotros nos referimos al fomento cristiano del odio a los homosexuales como “homofobia”, se supone que los católicos deben estar contentos porque al menos la agencia que alimenta con sus noticias a muchos de los medios más importantes del planeta va a dejar de usar ese término, el cual no se corresponde con la realidad, vale decir, con el hecho de que los cristianos devotos aman tiernamente a los homosexuales y no los discriminan ni les desean la muerte ni un poquito.

Después de un par de disquisiciones más, el artículo de ACI Prensa que estoy consultando pasa a citar a Óscar Rivas, director del ignoto Instituto Mexicano de Orientación Sexual, que pese a su nombre inocuo —diseñado sin duda para atraer exenciones impositivas y financiación estatal— es claramente una fachada del movimiento antisexo católico. Rivas señala que “se ha abusado” de la palabra homofobia “para atropellar otros derechos como el de libertad de expresión o de culto”, y que actualmente “cualquiera tiene miedo de ser tachado de homofóbico”.

¿A qué llegamos con todo esto? Bien, como de costumbre la prensa católica quiere hacer ver que algo es blanco cuando en realidad es negro. Lo que hizo AP fue prohibir que se use el término homofobia por considerar que fobia remite a una enfermedad o discapacidad mental que causa un miedo irracional. La sugerencia para los redactores no es, sin embargo, ignorar la prédica de odio a los homosexuales que insume gran parte del amplio tiempo libre de todos y cada uno de los obispos católicos y pastores evangélicos fundamentalistas del mundo, por no hablar de los obvios motivos de las diarias palizas, torturas y asesinatos de homosexuales que ocurren en nuestro planeta, sino calificar esas cosas de manera más correcta y específica como (por ejemplo) anti-gay.


La idea de que homofobia es un término incorrecto no es nada nuevo: hace tiempo circula en las redes sociales (atribuida a Morgan Freeman y otros). Confieso que yo padezco de aracnofobia; es un miedo irracional, ya que la mayoría de las arañas no tienen interés en picarme ni son peligrosas para mí. Yo no odio a las arañas ni quiero verlas desaparecer de la faz del planeta (de hecho, me da lástima matarlas). Imagino que algunas personas pueden ser homofóbicas, en el sentido estricto de que sienten temor a asociarse con (personas que ellos creen que son) homosexuales, sin quererlo y sin poder evitarlo. En la inmensa mayoría de los casos, sin embargo, en que se habla de homofobia en los medios o en cualquier lugar que importe, se está hablando de una repulsión que lleva al odio y que se expresa en una discriminación que incluso suele ser reconocida y justificada.

Creo de todas formas que AP se equivoca al asignarle a una palabra un espectro de significado tan estrecho, y que no deberíamos seguir ese camino. Las palabras no son presas de su propia etimología, y a diferencia de otras palabras, homofobia no tiene otro significado: es un término nuevo, que nunca se usó para algo distinto. (No es tal el caso de otros términos que se usan mal coloquialmente: por ejemplo, la gente retraída o tímida etiquetada como autista, los de carácter extremo como bipolares, los que cambian de idea bruscamente como esquizofrénicos.)

El cronista católico menciona que AP también prohibió la expresión limpieza étnica. Lo relevante —y lo que no nota el infeliz— es que se la prohíbe porque se trata de un eufemismo. Igual que homofobia, no describe la situación en términos claros. Nadie está limpiando nada cuando hace una limpieza étnica; simplemente está matando gente. Nadie tiene miedo a la homosexualidad cuando hace lobby legislativo para que los gays tengan menos derechos que los heterosexuales; simplemente está militando contra los gays. Si es el miedo lo que hace que un gobierno ahorque a los gays en las plazas, no es de mayor importancia en la descripción del hecho: se trata de odio e intolerancia sin más.

Usemos la palabra homofobia, si es para abreviar y todos lo entienden así; no la usemos si creemos que puede llevar a confusión. Pero como sea, no dejemos que una palabra oculte los hechos reales o que los intolerantes lleven la discusión a la mera semántica.

jueves, 21 de febrero de 2013

Falacias sobre la laicidad

Leo en InfoCatólica un artículo del sacerdote Pedro Trevijano Etcheverria que resulta destacable por su densidad de falacias y falsedades, incluso para un texto escrito por un engañabobos profesional. Es una de esas notas de donde brota fingida indignación, montada por gente que se llena la boca hablando de democracia y libertad pero que estaría (¡y ha estado!) perfectamente cómoda en la peor clase de dictadura.


Comienza mencionando a la asociación laicista Europa Laica, de la cual cita cinco demandas o peticiones bastante razonables apuntadas a la separación entre iglesia y estado. Trevijano defiende todas las cosas a las que se opone Europa Laica, incluyendo el adoctrinamiento religioso en las escuelas financiado con dinero del estado, al que otros parásitos como él simulan, al menos, oponerse (bien que sin hacer nada por que se derogue). Sus razones son primordialmente de leguleyo: que no se puede cambiar esto o lo otro porque hay una ley que lo exige o porque está en la Constitución; como si ignorase que las leyes y la Constitución de España (igual que las de la mayoría de sus ex-colonias) fueron redactadas por legisladores que eran o bien fanáticos religiosos, o bien a sueldo del Vaticano, o como mínimo presionados por la Iglesia Católica.

La primera de las peticiones laicistas es la derogación de los acuerdos entre el estado español y la Santa Sede. Estos acuerdos son pactos internacionales y romperlos unilateralmente pondría a los españoles “a la altura de la señora Kirchner”, a decir del “padre” Trevijano. La alusión argentina es impertinente, no porque la presidenta Cristina Fernández de Kirchner sea incapaz de romper leyes y contratos, sino porque CFK se ha cuidado muy bien de enemistarse con la Iglesia y tiene una excelente relación formal con sus jerarcas*; los privilegios que vergonzosamente el estado argentino otorga a la Iglesia Católica, concedidos en tiempos de dictadura y mantenidos por los gobiernos democráticos, kirchneristas incluidos, están totalmente a salvo, tanto como lo están en España bajo el gobierno del Partido Popular y antes del PSOE. Un pacto es la manifestación de un acuerdo o coincidencia; si las ideas ya no coinciden y el acuerdo se rompe, el pacto puede y debe deshacerse. Ninguna ley es inamovible.
* Ante los previsibles comentarios en relación al apoyo kirchnerista al matrimonio entre parejas del mismo sexo, me gustaría recordar que ni ese asunto ni otros de ese calibre han minado de forma visible la relación iglesia-estado en Argentina, que continúa bien aceitada. Las disputas siempre han sido confrontaciones de poder entre kirchnerismo y cúpula eclesiástica, y no han conformado una avanzada laicista. 
A Trevijano le llama la atención que Europa Laica afirme que “el laicismo [es] condición indispensable de cualquier verdadero sistema democrático” y concluye de esto que los laicistas excluyen del sistema democrático a los no-laicistas, transformándose así en un movimiento totalitario. La falacia está bien a la vista, pero recordemos que Trevijano cree que tres personas son una y que las mujeres pueden ser preñadas por Dios, así que su raciocinio está un poco nublado. El laicismo no demanda que todo el mundo sea laicista. En un estado laico se puede tener cualquier religión y creer que es la única verdadera y profesarlo; lo que no se puede hacer es obligar a otros a profesar esa misma religión, ni exigir de los contribuyentes que paguen por la difusión de esa religión. En otras palabras, uno tiene derecho a gritar, pero no a pedir que los demás lo escuchen o que el gobierno le compre un megáfono.

La desfachatez no termina.
El laicismo se basa en la creencia en la no existencia de Dios, lo que supone la no aceptación de la Verdad absoluta, porque al no existir Dios, la Verdad absoluta no existe o es inalcanzable, por lo menos a nivel objetivo.
Esto es aproximadamente igual que decir que la aeronáutica se basa en la creencia en la no existencia de Dios (¿por qué no decir “ateísmo” y listo? Debe ser para remarcar esa idea tan estúpida como extendida de que el ateísmo es una creencia…). Nada en la aeronáutica hace referencia a Dios. Un teólogo podría decir que Dios está en la aeronáutica porque es ciencia y creatividad humana y tanto el conocimiento como la facultad de crear vienen de Dios; fuera de esas vaguedades forzadas, creería que es bastante correcto decir que a nadie dedicado a la aeronáutica le importa la existencia de Dios en ese ámbito. Lo mismo con cualquier ciencia o disciplina fuera del sacerdocio o la teología o el arte sacro, probablemente.

El laicismo se basa en la idea de que es un derecho humano creer cualquier cosa, y que también es un derecho practicar cualquier religión, en tanto esto no infrinja los derechos de los demás y no ocasione daños a terceros. Si hay una creencia implícita aquí, es que los asuntos de una sociedad potencialmente diversa, con individuos autónomos, no pueden ser reglamentados en base a una doctrina religiosa, aun cuando se deje espacio a la reglamentación voluntaria de las vidas de los individuos en base a una fe religiosa dada. Para el creyente devoto y para el jerarca interesado en mantener poder y prestigio social, esto toma un aspecto amenazante porque el laicismo se transforma en una afirmación sobre su fe: los laicistas le estamos diciendo al creyente, al cura, al obispo, que hay límites que su dios no tiene permitido cruzar. Estamos negando la esencia de la religión organizada, que es la de mantener una hegemonía completa sobre los pensamientos y las acciones de la sociedad completa, de buen grado o por la fuerza. El catolicismo bien entendido es integrista, totalitario, al igual que el islam: sus doctrinas no permiten —de hecho explícitamente prohíben— la separación entre la esfera privada y la pública. No se puede dejar la fe en casa cuando uno sale a la calle o cuando se sienta en un escaño de legislador.

Trevijano concluye celebrando que al menos todavía haya elecciones libres, para que el totalitarismo laicista no pueda imponerse del todo. ¡Valientes palabras! El catolicismo español y latinoamericano nunca floreció tanto como bajo monarquías y dictaduras. Su adaptación a la democracia fue tardía, forzada, incómoda y visiblemente incompleta. ¡Pero que celebre el buen señor cura! Es el estado laico el que le garantiza a sus fieles libertad para creer las tonterías que dice y para ir a llenar su canasta de limosnas.

lunes, 18 de febrero de 2013

Licencia para enfermar

Un caso curioso, esta vez: una madre católica reclama que le permitan enviar a su hija a la escuela sin vacunarla. Es en West Brighton, New York.
WEST BRIGHTON — Una mamá católica devota está demandando al Departamento de Educación de la ciudad por no concederle a su hija de 5 años una exención religiosa de sus vacunaciones.

Dina Check afirma (…) que hacer vacunar a su hija muestra “falta de fe en Dios y Su camino” y que la negativa del Departamento de Educación es un golpe contra sus creencias y sus derechos de la Primera Enmienda.
Siguen explicaciones sobre cómo el cuerpo es el templo de Dios y no se le deben meter sustancias extrañas, etc. Lo curioso del caso es, por un lado, que Check no es una antivacunacionista típica. En el Occidente desarrollado los antivaxxers son casi siempre crédulos nuevaerianos paranoicos que siguen consejos desinformados o interesados de modelos, comediantes o médicos fraudulentos. Hay casos puntuales de críticas religiosas a vacunas, como la del virus del papiloma humano (HPV), y sin duda el día que se invente una vacuna para la infección por HIV nos encontraremos con la misma objeción por parte de personas que prefieren que sus propios hijos se enfermen y mueran antes que protegerlos contra una enfermedad de transmisión sexual (actitud que, de hecho, ya observamos en aquellos que se rehúsan a enseñar a sus hijos el uso de preservativos).

Ése no es el caso de Dina Check. Su justificación es totalmente extraña a la doctrina católica oficial —al menos la actual (ya sabemos que las verdades eternas suelen cambiar según la época). Lo más curioso, o lo que debería ser más curioso pero lamentablemente no lo es, es precisamente esto: que no se le dio permiso a una madre para dejar desprotegida a su hija ante las enfermedades sólo porque no demostró que su religión exigía esa exención.
En su negativa, la administración de la escuela dijo que [Check] no demostró fehacientemente profesar una “genuina y sincera creencia religiosa que sea contraria a la vacunación”.
Vale decir que el personal de una escuela pública laica está, gracias al privilegio religioso, obligado a la incómoda tarea de decidir sobre la sinceridad de la fe íntima de otra persona e implícitamente sobre la correspondencia entre esta fe y la doctrina supuestamente “correcta” de esa religión. En Estados Unidos la mayoría de los estados contempla esta ridiculez, y los pedidos de exención se multiplican, tanto por parte de fanáticos religiosos reales como de buenos imitadores. Se trata de una carrera absurda entre ciudadanos que desean eximirse de la ley que rige para los demás y un estado que les da un medio muy sencillo para hacerlo y luego les impone obstáculos arbitrarios. Si no se aceptara la mayúscula tontería de que una profesión de fe religiosa es justificación suficiente para eximir a alguien de la ley —es decir, si reinara la laicidad de estado, la igualdad ante la ley, el entendimiento de que las creencias son absolutamente privadas— no habría posibilidad de rechazos y demandas judiciales. La Sra. Check mandaría a su hija a una escuela privada de alguna secta religiosa que no obligue a la vacunación o recurriría al homeschooling, y a otra cosa: todos felices. Excepto la pobre niña sin protección contra las enfermedades, naturalmente.

sábado, 16 de febrero de 2013

Papabile

El jueves, en mi nota sobre la dimisión de Benedicto XVI, comenté que me parece poco posible que el próximo papa sea otra cosa que un retrógrado; no digamos siquiera un conservador, porque un conservador sólo busca mantener el statu quo. He aquí un ejemplo de papabile que muestra lo que podría ser el siguiente timonel de la barca de Pedro (además de echarle combustible a las llamas de los conspiranoicos que creen en la ridícula profecía nostradámica del “papa negro”).

Peter Turkson

El cardenal Peter Turkson, de Ghana, es el presidente del Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz. La tarea de este organismo de tan pomposo nombre incluye la promoción de los derechos humanos —entendidos a la manera católica— en el mundo.

El cardenal Turkson, consultado por su postura ante la criminalización de la homosexualidad, que existe en más de treinta países africanos e incluye en algunos casos la pena de muerte, dijo que algunos de los castigos son “exagerados” pero “su intensidad es proporcional a la [intensidad de la] tradición”. Es cierto que los homosexuales son estigmatizados, pero eso no se puede resolver denigrando las tradiciones locales:
De la misma manera que se percibe un reclamo de derechos, también hay un llamado a respetar la cultura, de todo tipo de gente. Así que si hay una estigmatización, siendo justos, probablemente lo correcto es buscar el porqué de esa estigmatización.
Vale decir, hay una razón —que debemos buscar— por la que los homosexuales son maltratados: de alguna manera retorcida ellos tienen la culpa de ser insultados, odiados, perseguidos, desheredados o expulsados por sus familias, encarcelados, torturados y ejecutados, y debe ser porque… bueno, porque es la tradición, y la tradición es la base de la cultura y ellos van contra esa tradición y por lo tanto se ponen en contra de su cultura, ¿por qué si no? Según Turkson,
… lo último que queremos es infringir los derechos de nadie. Pero cuando hablamos de lo que se llama “un estilo de vida alternativo”, ¿son ésos derechos humanos?
¡Claro que no! Ser homosexual no es un derecho humano. Nadie tiene derecho a ser homosexual, porque Dios mismo le dijo al cardenal Turkson que Él creó a los hombres y las mujeres para que tengan sexo unos con otros, como perro y perra, como toro y vaca, como tornillo y tuerca, naturalmente y no de otra manera. (Y sin preservativos ni DIU ni anticonceptivos, añadió Dios específicamente, aunque no se sabe bien dónde.) El derecho a la vida y la libertad no es un derecho humano, es un invento foráneo de los europeos laicistas, de los imperialistas estadounidenses y de las Naciones Unidas en colusión con el lobby gay. El verdadero derecho a la vida sólo es para los embriones, los fetos, los hombres cristianamente heterosexuales y hasta cierto punto las mujeres.

En manos de personas como las apenas caricaturizadas aquí arriba está la elección del futuro líder espiritual de mil doscientos millones de personas.

jueves, 14 de febrero de 2013

Todavía no te vayas, Benedicto


Y bien: resulta que el monarca conocido como Benedicto XVI abdica a su trono el próximo 28 de febrero y pasa a llamarse de nuevo por su nombre civil, Joseph Ratzinger. Y esto ha conmocionado al mundo, o eso parece a juzgar por los ríos de tinta (y de bytes) que han corrido desde su sorpresivo anuncio.

Hay quienes dicen que es natural que un hombre de 85 años se sienta físicamente agotado. Otros añaden que es muy natural que se sienta moralmente cansado, luego de años en el nido de serpientes de la Curia vaticana. La mayoría está de acuerdo con que tiene derecho a retirarse, como cualquier otro jubilado; unos cuantos seguramente piensan que ese derecho debería más bien ser obligación a cierta edad.

Los que ven conspiraciones en marcha se han hecho la fiesta. La misma gente que pensaba que Juan Pablo II había sido mantenido en su puesto a la fuerza por un grupo de oscuros poderes tras el trono ahora cree que Benedicto XVI fue obligado a dejar ese puesto por un grupo de oscuros poderes tras el trono. En rigor, ambas cosas son plausibles, a la vez que incomprobables (quizá algo sepamos dentro de veinte, treinta años). Algunos ven a Benedicto como una víctima acosada, otros creen que se trató de un pacto de silencio, un acuerdo donde Benedicto jugó fríamente sus cartas. Y ni hablar de los que sacan a relucir a Nostradamus…

He aquí lo que pienso, no necesariamente todo lo que pienso ni tampoco una opinión definitiva. Benedicto XVI fue un teólogo obligado a bajar de su torre de marfil al nivel del barro de la política. Pronto debe haber descubierto que es más fácil ser el guardián de la ortodoxia y del poder papal que en ella descansa cuando es otro quien tiene que ejercerlo. Aceptó el cargo, limpió algo de la suciedad de su antecesor y barrió como pudo el resto bajo la alfombra, quizá pensando en el bien de su Iglesia (y por tanto olvidando el bien de los individuos perjudicados por su Iglesia), quizá preocupado por su propia complicidad, pasada o presente, por acción o por omisión. Sus admisiones de culpa respecto a los abusos sexuales del clero fueron protocolares, incomprendidas; la sinceridad que pudieran contener no sirvió a nadie. ¿Habrá algo de culpa en Joseph Ratzinger por lo que supo y ocultó, desde los brutales abusos de Marcial Maciel, preferido de Juan Pablo II, hasta su redacción del decreto que conminaba a los obispos de todo el mundo a canalizar todas las denuncias a Roma, antes que a la justicia local? ¿Qué cosas no pudo decir Ratzinger, por inhibiciones propias o por presiones externas? ¿Qué parte de esa ruinosa deuda moral pagará su sucesor?

Es ingenuo quien supone que la dimisión de Ratzinger o la elección del próximo papa no tienen relevancia alguna para el mundo actual o específicamente para los no católicos. El poder eclesiástico no reside en bulas y encíclicas ni emana sólo de las catedrales; la influencia de la ideología y la personalidad papales llega a los últimos rincones de la política secular de incontables países, aunque resulte diluida y distorsionada en el camino. La Iglesia se ha encargado de eso hace tiempo. También están fuera de lugar las celebraciones y las expectativas. Es lamentablemente imposible creer que el sucesor de Benedicto XVI será un progresista; es apenas un poco más posible que el próximo papa sea un mero conservador: la Iglesia Católica ya ni siquiera permanece obstinadamente inmóvil en medio de la corriente del progreso, sino que —ya con Juan Pablo II y luego con Benedicto XVI conduciendo la barca de Pedro— navega resueltamente corriente arriba, impulsada por los remos entusiastas de los obispos más fanáticos y de los movimientos eclesiales sectarios como el Opus Dei o el Camino Neocatecumenal.

La parte de Benedicto en esta historia ya está terminando. El pontífice se retira a la clausura. Como ideólogo y como agente del poder vaticano, no me merece respeto ni respiro alguno. Como persona, es una figura difícil de odiar, al menos para mí. Sería un acto de mínima justicia que luego del 28 de febrero, librado de las ataduras de la política, se sentara a escribir, con las fuerzas que le queden, una confesión de sus crímenes como (su) dios manda, para que al menos algo del daño hecho pueda ser reparado.

viernes, 8 de febrero de 2013

Un ejemplo de oscurantismo creacionista católico

Mencioné el otro día un artículo de cierto blog católico que quería comentar. Se trata de “Lo cuantitativo y lo cualitativo. O cuando el mono desciende del hombre”, de Pedro González, que es ingeniero y que advierte, sobre sus afanes de bloguero católico: “no prometo mucho”. Tal sinceridad es destacable. En efecto, Pedro se pone a discutir a la vez sobre varios temas complicados que desconoce y, como era de esperarse, hace un desastre con ellos. (De más está decir que yo tampoco puedo prometer mucho, pero incluso quien no tiene puntería puede discernir sin problemas cuándo otro ha errado groseramente el blanco.)



A Pedro le preocupa el “prejuicio materialista”, que hace que “nos cuest[e] discernir en qué se diferencian realmente el hombre y el animal”, llegando al absurdo de que “la antropología nos sobra… con la zoología nos vale”.
Para el materialista lo cualitativo no existe salvo, quizás, como compendio de factores numéricamente parametrizables de lo cuantitativo. Es decir, si no se puede, o no lo sé medir, no existe.
Un desastre, como dije al principio. Aquí yacen manoseados en el mismo lodo el rechazo al esencialismo, al positivismo y al empirismo (o algo así; en cuestión de terminología, no prometo mucho). Para Pedro y sus correligionarios, el Hombre debe ser cualitativamente diferente de los animales; debe haber una esencia del Hombre, algo que lo distinga sin ambigüedades posibles de los otros seres vivos que son biológicamente —y de esto no hay duda alguna— sus parientes. El problema, claro está, es que no hay tal esencia, o mejor dicho, no hay otra manera aparte de la intuición o de la fe religiosa o de la obstinación filosófico-ideológica de reconocer esta esencia.

Pedro estaría de acuerdo en esto último, creo, pero sin ventaja para mí. Pedro me acusaría, creo, de excluir de la experiencia humana válida esa fe que le permite a él reconocer la esencia, lo cualitativamente distinto del Hombre con respecto a los animales: es decir, de ser un materialista o empirista dogmático. Que no son la misma cosa: se puede ser materialista (creer que sólo existe una sustancia, la materia/energía, fundamentalmente igual aunque aparezca en múltiples formas) sin ser empirista (creer que la única manera válida de adquirir conocimiento es a través de la experiencia, es decir, de la percepción de los sentidos, de la medición de magnitudes físicas de la materia). En cualquier caso la acusación sería de deshonestidad por tautología: si yo defino “conocimiento” como aquello que puedo obtener por medios materiales, obviamente ganaré cualquier discusión con quien pretenda que hay algo más allá de lo material. Ocurre que si no reducimos los términos de la discusión a lo que todos tenemos en común —que es lo que podemos observar y medir— la alternativa es que no haya discusión.

Pero nada es tan fácil para Pedro, porque él quiere, como dicen los angloparlantes, comerse la torta y guardársela: usar la ciencia para socavar la ciencia (en vez de simplemente renunciar a la ciencia). Pedro quiere argumentar que “El hombre parece ser algo más que su biología, trasciende la biología y la sola zoología no nos vale para saber qué es un ser humano.” Esto es, según me parece, totalmente cierto, pero de manera trivial (una deepity, en palabras de Daniel Dennett). Es como decir “la Novena Sinfonía de Beethoven es algo más que notas y acordes”, o “los libros trascienden la gramática, la sintaxis y la ortografía”. Quizá a Pedro le molesten, como a mí, los artículos que cada día vemos aparecer en medios populares donde se divulgan los hallazgos de la parte menos respetable de la psicología evolutiva o se nos dice que la ciencia ha descubierto el gen de la promiscuidad sexual o el neurotransmisor que hace que nos guste más Bach que el reguetón. Sin embargo, Pedro no entiende dónde está el problema y mete la pata como sigue:
Curiosamente, a la luz de la evolución se suele interpretar, para resolver nuestros conflictos de identidad como especie, que el hombre se encuentra en la cima de la evolución. (…) Pero esto es más que discutible si todo es zoología como mal dice el materialista. (…) Y es que a nivel biológico el cuerpo humano tiene una serie de rasgos físicos inexplicables a la luz de las meras zoología y evolución y es: la inadaptación morfológica del cuerpo humano en comparación con otros animales. El del hombre es un cuerpo que aparece y permanece como un cuerpo “abierto”, carente de especialización y por ello más vulnerable físicamente (sobre todo si comparamos a los seres humanos recién nacidos con los de otras especies).
Una charla corta con cualquier biólogo sacaría de dudas a Pedro, con el único costo (menor) de hacer que dicho biólogo se agarrara la cabeza un par de veces. La idea del hombre como cima de la evolución es una transposición decimonónica de las ideas clásicas de la Cadena de los Seres, que está tan desacreditada hoy como la idea de “eslabón perdido”. No existe tal “cima” de la evolución porque la evolución no es una montaña a la que hay que trepar. O más bien, la montaña es distinta para cada especie, para cada lugar y para cada ambiente, y cambia constantemente de forma y altura. El ser humano ha trepado a su montaña particular precisamente porque su falta de especialización le permitió adaptarse a los distintos tramos de su “ascenso”. No somos únicos en esto: el perro vive hoy en casi todas partes del planeta, felizmente adaptado a comer casi cualquier cosa y vivir en cualquier clima, de los trópicos hasta los círculos polares. Cierto es que nosotros lo llevamos allí, como también es cierto que no nos habría ido tan bien con otros animales más especializados.

La idea de que no necesitamos la antropología (o la psicología o la sociología) porque “con la zoología nos basta” es algo que sólo el más idiota de los zoólogos podría sostener. La zoología nos basta, sí, para entender por qué la falta de especialización de los seres humanos fue clave para nuestro triunfo como especie.

¿Y por qué le preocupa tanto a Pedro que el hombre esté hecho de materia y nada más?
¿Dónde queda la libertad del ser humano? Pues no queda. Porque si el materialismo fuera verdad, el hombre no sería una criatura libre.
Bien, entonces, Pedro, qué lástima. Las cosas no dejan de ser porque te disguste cómo son. Entiendo que, para quien cree que el materialismo es falso, es normal querer convencer a los demás de que lo es (y si uno es católico, además, obligatorio). Pero con argumentos tan burdos, tan desinformados, el intento resulta contraproducente.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Ambiente de pogromo

La V es de Víctima.
Del diario alemán Die Welt, vía InfoCatólica:
El prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, el arzobispo alemán Gerhard Ludwig Müller, denunció las campañas contra la Iglesia, que han fomentado, según él, un ambiente de pogromo, en una entrevista con el diario Die Welt publicada el sábado en Alemania.

“Las campañas lanzadas para desacreditar a la Iglesia católica en América del Norte, pero igualmente entre nosotros, aquí en Europa, se han traducido ya en injurias públicas contra eclesiásticos en numerosos campos”, estimó monseñor Müller.

“Una cólera artificialmente creada sube, lo que algunas veces no deja de recordar un ambiente de pogromo”, añadió el prelado.
Veamos, veamos. El “prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe”, es decir, el clérigo encargado de lo que en tiempos no tan lejanos se conocía como la Inquisición, y que encarceló, desposeyó, torturó y mató a miles de personas inocentes, denunció ciertas “campañas contra la Iglesia”, lo que debemos suponer se refiere a la lucha por el esclarecimiento de los incontables abusos sexuales a niños, malos tratos a niños y mujeres, trabajo esclavo y sometimiento a la servidumbre, etc., cometidos por los miembros de la Iglesia… lo cual ha fomentado un “ambiente de pogromo”, es decir, un ambiente que se asemeja a las épocas en que grupos de cristianos, muchas veces azuzados por sus sacerdotes y obispos, salían a linchar judíos, siendo esto no sólo común desde el siglo XIX (en que se usó la palabra rusa pogrom con ese significado), sino también mucho antes, con un notable antecedente histórico en la Primera Cruzada, en 1096, donde hordas de cristianos convocados por el Papa masacraron a miles de judíos europeos a su paso, camino de Tierra Santa. Estas “campañas” han “creado artificialmente” una cólera entre la gente contra la Iglesia Católica. Los católicos están en riesgo de terminar como los judíos, dice oblicuamente desde su cómoda sede episcopal, pagada con dinero del estado alemán, nada menos que un prelado católico de la misma Iglesia que nunca excomulgó a Hitler. Ajá. Por supuesto, monseñor.

lunes, 4 de febrero de 2013

La Iglesia Católica es enemiga de la ciencia

Leyendo un artículo de cierto católico que, con ínfulas de científico, intenta demostrar de la manera más obtusa concebible que el ser humano no es un ser meramente biológico (y que comentaré en una próxima entrega), me distrajeron unos como anuncios publicitarios que aparecían en torno al texto, promocionando un podcast apologético sobre ciencia, en inglés. Los pego aquí abajo:


Si la Iglesia Católica está en contra de la Ciencia…
 ¿por qué el padre de la teoría atómica moderna es un católico?

Si la Iglesia Católica está en contra de la Ciencia…
¿por qué hay 35 cráteres en la Luna con nombres de sacerdotes jesuitas?

Si la Iglesia Católica está en contra de la Ciencia…
¿por qué el padre de la química moderna es un católico?

Es necesario (o no, si el lector es un ser pensante y está haciendo uso de esa capacidad en este momento) aclarar que la premisa implícita de estas preguntas retóricas es totalmente falaz, por una cantidad de razones, de las cuales podría citar: 1) que se puede profesar una religión sin creer todos sus postulados hasta sus últimos corolarios, 2) que no es lícito que una religión se lleve el crédito por lo que sus seguidores hacen de bueno a menos que también acepte la culpa por todo lo que hacen de malo.

Vamos entonces a ver, ¿por qué, si la Iglesia Católica es enemiga de la ciencia, hay 35 cráteres lunares nombrados como sacerdotes jesuitas, el padre de la química moderna era católico, y el padre de la teoría atómica moderna también? Muy sencillo: porque ni la observación lunar ni la química básica ni la investigación sobre la estructura atómica han estado jamás, en tiempos modernos, en conflicto con dogmas católicos, con la interpretación católica contemporánea de las Escrituras o con los caprichos doctrinarios de ningún Papa o dignatario eclesiástico influyente.

Cuando Galileo osó proclamar que el Sol tenía manchas, encontró gran oposición de parte de los seguidores de la doctrina aristotélica de la inmutabilidad de los cielos, que estaba incorporada a la teología católica. Galileo estaba diciendo que la visión católica del universo —un universo perfecto e impoluto creado por Dios, con una Tierra imperfecta, manchada por el pecado humano, en su centro— era falsa. (De hecho, el asunto de la observación lunar no fue tan sencillo, al principio, por los mismos motivos. La manifiesta irregularidad de la superficie lunar era un desafío a la ideología de la perfección de los objetos ultraterrestres. Pero eso pasó rápido.) La infame retractación y condena que se le impuso a a Galileo por haber dicho que la Tierra giraba alrededor del Sol fue distinta. Lo que hace del asunto una prueba de que la Iglesia es enemiga de la ciencia es el hecho de que Galileo tuvo que renunciar a su teoría, no porque fuera incorrecta, sino porque los jueces de la verdad eran clérigos y sus únicos instrumentos de juicio eran sus interpretaciones de una doctrina arbitraria.

¿Por qué, si la Iglesia Católica es enemiga de la ciencia, los padres de la química y de la teoría atómica eran católicos? El “padre de la química”, Antoine Lavoisier, era de hecho católico y devoto, pero su religión no intervino en lo más mínimo en su ciencia (lo cual es algo que debemos agradecer). La pregunta debería plantearse de otra manera: ¿qué hubiera ocurrido si Lavoisier no hubiese sido católico sino protestante, judío o ateo? La respuesta es obvia: si no hubiese sido católico, en la Francia de mediados del siglo XVIII, la notoriedad que alcanzó lo habría expuesto a anatemas feroces, a la expulsión de los ámbitos académicos, al exilio o incluso la cárcel o la hoguera.

Si uno busca en Internet “padre de la teoría atómica moderna” encontrará a John Dalton, el inglés que concibió y midió por primera vez los pesos atómicos y que descubrió la ley de las proporciones múltiples. Dalton era cuáquero, miembro de una secta cristiana caracterizada por su austeridad y su pacifismo. Para otros (especialmente católicos y croatas), el título recae en el católico croata Ruđer Josip Bošković (Roger Joseph Boscovich, en la forma occidentalizada más común), que desarrolló —aunque en forma totalmente especulativa— una teoría de partículas y fuerzas a distancia que se adelantó a su época.

En todo caso, la idea de que toda la materia estaba hecha de partículas pequeñísimas e indivisibles es mucho más antigua. Si tenemos que buscar alguna relación entre la religión cristiana y la idea de átomo, la encontraremos en el pensamiento de René Descartes, que creía que todo estaba hecho de “corpúsculos”, pero rechazaba la idea de que hubiera porciones de materia indivisibles… porque Dios, lógicamente, no podía crear un trozo de materia que Él mismo no pudiera dividir. (Como hoy sabemos, un átomo no es indivisible, pese a que el nombre átomo significa precisamente eso; pero un átomo consta de partículas que sí son indivisibles.) Descartes, aun siendo un cristiano devoto, tuvo que irse de su católica Francia natal a Holanda para encontrar un ambiente religioso más plural donde poder trabajar sin temor.

La Iglesia Católica ha sido históricamente un generoso mecenas para la ciencia…, siempre y cuando esa ciencia se detenga, doble la rodilla y agache la cabeza antes de pensar siquiera en cruzar ciertos límites dispuestos por el capricho de los dignatarios mitrados. Y esos límites son hoy cada vez más visibles. Hay una razón por la cual el padre de la química moderna pudo ser, hace tres siglos, un católico defensor de su fe, pero el padre o la madre de la próxima revolución científica, la que descubra cómo prevenir enfermedades modificando los genes de los embriones humanos o determine finalmente cómo el universo se creó a sí mismo sin ayuda de ningún Creador, no será, casi con seguridad, devoto católico ni de ninguna de las grandes religiones dogmáticas.