domingo, 27 de marzo de 2011

La burla no es intolerancia

El presente ensayo nació de un breve intercambio en Twitter con un “pensador libre” (así se describe él), @El_Cambumbo, o Ricky, que posteó lo siguiente:
#unsaludo a los #ateos q sienten la necesidad de burlarse de las creencia de los demas. No es lo mismo diferir q burlarse... #growup
Reconozco que algunas veces me he permitido burlarme de alguna creencia particularmente estúpida, aunque jamás he sentido la necesidad o compulsión de burlarme de las creencias de otra persona en su cara. Pero como sé muy bien de dónde viene esta clase de idea, decidí contestar.
@El_Cambumbo #ateos http://bit.ly/efnKa7 "Si no quieres que me burle de tus creencias, no creas cosas tan ridículas." O desagradables.
El vínculo al cual lo referí es una muy interesante nota en La tercera cultura, titulada “La perversión del respeto: las religiones a la búsqueda de la hegemonía cultural”, que había encontrado hacía unos días y que precisamente me proponía comentar aquí. Es la traducción de una charla dictada por Robert Rodeker, filósofo francés que en 2006, luego de una nota publicada por el diario conservador y secularista Le Figaro donde atacaba la figura de Mahoma, pasó a integrar el creciente contingente de críticos del islam amenazados de muerte por los fundamentalistas y abandonados cobardemente a su suerte por las autoridades, los medios y casi todos los autoproclamados amantes de la libertad de expresión por haber infringido los sagrados límites de la corrección política. Como a Salman Rushdie, se le reprochó haber insultado las sensibilidades de los musulmanes.

En este caso y muchos otros, la implicación parece ser que un acto verbal o escrito de crítica que apunte a un texto “sagrado” o a una figura reverenciada es equiparable a —y por tanto justifica— la amenaza cierta de violencia, incluso de muerte violenta. La crítica de Rodeker fue un ataque por vía de descripción: Mahoma, escribió, fue “un jefe guerrero sin misericordia, un saqueador, un asesino de judíos y un polígamo” (que se permitió incluir entre sus muchas esposas a una niña de nueve años). Esto, si uno cree en lo escrito en el Corán, es estrictamente cierto. La crítica de Rushdie ni siquiera fue concebida como tal, aunque es comprensible que así fuera entendida: se permitió mencionar la existencia de los versículos que según la tradición fueron suprimidos por el mismo Mahoma por considerar que eran un engaño, fruto de inspiración satánica. La mayoría de los que juraron vengarse de Rushdie por la ofensa nunca habían leído el libro, de la misma manera en que la mayoría de los que juraron matar a los dibujantes del diario danés Jyllands-Posten tampoco habían visto jamás los comics “blasfemos”.

En todos estos casos la opinión de los líderes religiosos, de los medios y (es de suponer) de gran parte de la opinión pública liberal, progresista, fue que ellos se lo habían buscado.

Ésta es exactamente la misma reacción de quienes, ante la violación de una mujer, justifican implícitamente al violador haciendo notar que la mujer vestía ropas demasiado reveladoras.

Decía Confucio que una de las condiciones para el correcto funcionamiento de la sociedad era la rectificación de los nombres, es decir, emplear las palabras de manera que se ajusten a lo que representan. La receta confuciana en realidad apuntaba a preservar los roles de una sociedad rígidamente jerárquica, en la cual cada uno supiera lo que era y lo que debía hacer, pero a un nivel superficial el principio es útil para nuestra discusión. ¿A qué vamos a llamar “intolerancia”? ¿Qué valor le vamos a dar a ese término tan cargado? ¿Puede una sociedad como la que queremos funcionar correctamente si “intolerancia” —la incapacidad de tolerarnos unos a otros, la incapacidad de aceptar lo diferente— se vuelve un sinónimo de la mera expresión del desacuerdo?

Cuando le respondí a Ricky, en Twitter, él me dijo que “los ateos que se mofan de las creencias de los demás son tan intolerantes como las religiones que critican”. Le dije que no me parecían comparables la burla, la ironía, el sarcasmo o incluso el ataque verbal con la persecución, la intimidación o el asesinato. La respuesta de Ricky fue: “La intolerancia es la causa de ambos casos. La diferencia es que ellos (religión) tienen el poder. Si el poder fuera del que se burla, lo más probable [es que éste] sería el perseguidor, intimidador y asesino”. Y luego:
@alertareligion ¿No apoyas la intolerancia y sin embargo le llamas ridiculo a las creencias de otr@s? La verdad; ¿Quién tiene la "verdad"? Ellos no, pero tampoco tu, entonces ¿Que te da el derecho de llamarle ridiculo? Por como te expresas, es obvio que eres inteligente, y sabes q con ataques no logras nada. Sólo satisfacer los deseos de venganza. "Si quieres cambio verdadero, pues camina distinto" @Calle13Oficial.
(Tengo una vaga idea de quiénes son Calle 13, pero dudo que sirva discutir con trozos de canciones. Ignoremos eso.) La noción de que llamar ridículas las opiniones ajenas es intolerante sigue ahí, al igual que el trillado recurso a la imposibilidad de tener la verdad. (Tengo la teoría de que la prédica religiosa constante contra el relativismo ha provocado una contrarreacción irracional, casi alérgica, de muchas personas que no adhieren al fanatismo religioso, volcándolas hacia un relativismo radical que se siente obligado a insistir en la equiparabilidad de todas las creencias. Que nadie tenga la verdad absoluta no implica que todos estemos igualmente lejos de ella. Si yo no creyera que estoy más cerca de la verdad que mi oponente, no me molestaría en debatir con él, ni en luchar contra la imposición de sus ideas, ni en buscar ningún tipo de cambio en la sociedad: todo me daría lo mismo. El relativismo radical es conformismo puro, es puro slogan, como “camina distinto”. No se puede caminar si no hay camino, el camino se hace convenciendo a otros de que cambien de ruta, lo cual requiere debate, confrontación, choque de ideas.) Enseguida, además del texto de Rodeker que cité, me vino a la mente la ya famosa exposición del astrónomo Phil Plait sobre el objetivo del escepticismo, cuyo título informal, Don’t Be a Dick, se ha transformado a su vez en un slogan.


El discurso de Plait tiene más que ver con la relación entre el pensamiento crítico y la pseudociencia, pero podemos extrapolar con facilidad a otros campos. Parece bastante claro que nadie va a decidir que su religión es falsa porque un ateo tras otro vaya y le grite (o le llene su muro de Facebook o su timeline de Twitter o lo que sea) que sus creencias son idiotas y que él es un retardado mental. Parece bastante claro que insultar o burlarse de las ideas del otro se puede interpretar como un insulto personal, y que como estrategia para “desconvertir” a un creyente, es generalmente inútil o incluso contraproducente. Está clarísimo, supongo, que nadie debería abogar por una prédica del ateísmo basada en ridiculizar al creyente. Don’t be a dick, es decir, no te comportes como un idiota, no seas un energúmeno asocial, no trates a los demás como si te las supieras todas y ellos fueran retrasados. No seas sobrador. No seas creído.

Todo esto no significa, no debe significar, que cada crítica a un pensamiento irracional debe ser una suave y pausada exposición marcada por el respeto a la exquisita sensibilidad del interlocutor. En muchos casos el interlocutor ni siquiera desea escucharnos. El interlocutor no tiene paciencia para nuestros argumentos razonados, porque no tiene ganas de razonar. En un mínimo de casos el interlocutor es realmente un idiota y está orgulloso de su ignorancia. En otros casos el interlocutor es una persona muy inteligente a su manera que cultiva la ignorancia en los demás para su beneficio. Los críticos del argumento de Plait (y hubo muchos apenas se conoció su exposición) señalaron, correctamente, que en los foros abiertos de hoy las discusiones suelen ser leídas y comentadas por muchas personas que no saben muy bien de qué lado están porque no tienen toda la información a mano, y que por eso no siempre (o casi nunca) discutimos para convencer al interlocutor: discutimos para que los expectadores conozcan las ideas del otro y vean cuán falsas o ridículas son en realidad; discutimos para exponer nuestras propias ideas con claridad a un público que quizá nunca las había escuchado, o sólo había tenido contacto con ellas a través de filtros o en forma distorsionada.

El ridículo, la ironía, el sarcasmo, incluso el lenguaje deliberamente fuerte, forman parte del arsenal retórico de la humanidad desde hace siglos. Los intentos de supresión de estos artificios argumentativos también tienen una larga historia. El carnaval fue prohibido y permitido intermitentemente en la cristiandad porque el espíritu del carnaval es la inversión de roles y la licencia para la burla a los superiores y los poderosos, carácter que conserva en algunos lugares (por ejemplo, en el caso latinoamericano, en Uruguay). El carnaval permite que personas comunes se disfracen de obispos o reyes, demostrando así por ostensión que los obispos y reyes no son más que personas comunes. La sátira, estrechamente unida al carnaval, también ha sido siempre un blanco del poder religioso y temporal, a pesar de lo cual surge y vuelve a surgir. Poner a los dueños autonombrados del poder y de la verdad en ridículo es un ejercicio sano de libertad de expresión.

Existe un límite al ridículo, difícil de trazar, que es la incitación a la violencia. Los poderosos suelen equiparar el desorden con la violencia. La burla trastoca las relaciones sociales, por lo tanto —así dicen— lleva al caos, a la sedición, a la desintegración. El castigo preventivo ante este improbable desenlace es la supresión de quien se burla, que las religiones (con apoyo del poder temporal) han practicado desde que existen: el exilio, la cárcel, el veneno, la lapidación o la horca. Todo esto parece bastante desproporcionado, y lo es. Cuando alguien me falta el respeto, se lo digo y me voy. Cuando a los intolerantes les faltan el respeto, suprimen a quien lo hizo, y eliminan también la oportunidad de otros de ver qué era aquello tan peligroso, tan subversivo, aquella burla tan desagradable que no podía ser tolerada.

La burla no es intolerancia. Intolerancia es obstruir los derechos del otro, es impedirle ser parte de la sociedad, es decidir que una idea no tiene derecho a existir. Ningún movimiento social progresista de nuestros tiempos se ha basado jamás en quitar derechos a una parte de la población: más bien al contrario, se trata de ampliar y equiparar los derechos de todos. La intolerancia de quien alega una creencia religiosa para imponer sus reglas a la sociedad no es comparable a la reacción de quien se burla de esas creencias, sea como forma oblicua de crítica o simplemente para desahogarse. El respeto absoluto a las creencias de todos, lo dije arriba y lo repito, es conformismo y es un abandono de nuestra responsabilidad social. La burla bien dirigida es, a veces, la única forma disponible para atacar creencias dañinas, venenosas, mortales.

Mi vecino, si sus creencias no hacen daño, no tiene que temer que me burle de ellas, por muy contrarias a las mías que sean. Y si lo hace, puede sentirse seguro, porque un sarcasmo demoledor es lo peor que puede esperar de mí. En manos de verdaderos intolerantes, no tendría esa suerte.

jueves, 24 de marzo de 2011

Dios sigue enviando señales (A229c)

Prof. Roberto De Mattei
Me gustaría prometer que éste va a ser el último post sobre los fanáticos religiosos que claman que el terremoto de Japón fue una señal de Dios, pero lo cierto es que los susodichos se siguen esforzando por mostrar su credulidad, su arrogancia y, sobre todo, su profunda falta de humanidad. El último de la lista —hasta ahora— es el historiador italiano Roberto De Mattei.

En una entrevista en Radio Maria, De Mattei se sintió autorizado para expresar su opinión sobre lo que Dios quiso decirnos con el terremoto, el tsunami y la crisis nuclear en Fukushima: dijo que el sismo había sido “un modo de purificar”. Y otras píldoras de sabiduría:
“Dios se sirve de las grandes catástrofes para alcanzar un alto objetivo de su justicia.” 
“Dios no puede hacer que el terremoto golpee a los culpables y preserve a los inocentes. Claro que a veces salva al inocente con un milagro, pero no es obligatorio.” 
“El culpable está, pues, en la misma condición que el inocente. Su muerte es la ejecución de un decreto de Aquél que es dueño de la vida y la muerte. ¿Por qué asombrarse al ver niños inocentes muriendo bajo los escombros?” 
“El terremoto es un bautismo de sufrimiento que ha limpiado sus almas, porque Dios los ha querido salvar de futuro sombrío.” 
“Las grandes catástrofes son una señal terrible pero paternal de la benevolencia de Dios, que nos recuerdan los límites últimos de nuestras vidas. Si la Tierra no ofreciera peligros, dolores o catástrofes, nos fascinaría… y olvidaríamos con facilidad que somos ciudadanos del cielo.” 
“A la culpa del pecado original se le añaden nuestros pecados personales y colectivos, y si bien Dios premia y castiga en la eternidad, es en la Tierra que premia y castiga a las naciones.”
El Profesor De Mattei no es sólo uno de esos académicos católicos que sólo sirven para alimentar a la comunidad cerrada de fanáticos que sólo leen libros con imprimatur y nihil obstat. Es un crítico del Concilio Vaticano II y de todo lo que suene a modernización o progresismo en la Iglesia, un furibundo apóstol contra el relativismo cultural y un reconocido antievolucionista. Preside la Fundación Lepanto, “dedicada a defender los principios e instituciones de la civilización occidental y cristiana” (si alguien no entiende la referencia, fíjese quién le ganó a quién en aquella famosa batalla). Desde 2002 a 2006 fue asesor de asuntos internacionales del gobierno italiano, así como miembro de la Sociedad Geográfica Italiana, y al día de hoy es el vicepresidente del Consejo Nacional de Investigación (CNR), la institución pública de fomento a la investigación científica más importante de Italia.

A causa de estas escandalosas declaraciones, ya hay gente pidiendo su inmediata dimisión del CNR. Incluso sin esto, por supuesto, ya era escandaloso que un cavernícola que todavía cree que Adán y Eva fueron personas reales tuviera un cargo, cualquiera, en cualquier tipo de institución con un estándar mínimo de compromiso con la ciencia.

Como en otros casos, aquí el problema no pasa por el derecho de nadie a creer estupideces o a expresar sus ideas religiosas, por más repugnantes que sean. Y no es un problema de los ateos o los no-católicos. Es un problema para los creyentes, porque una vez aceptada la existencia de Dios como premisa, no hay manera racional de oponerse a personas como De Mattei. No debemos esperar que ningún obispo, cardenal, vocero vaticano o teólogo papal lo refute convincentemente, porque es imposible: con un Dios mudo, tan impotente que sólo puede hablar a través de seres humanos, nunca se puede saber.

Por eso causa gracia escuchar a los que denuncian el relativismo, o proclaman que el orden impuesto por Dios al universo es el origen de la ciencia moderna, o citan a Dostoievski: “si Dios no existe todo está permitido”. Es justamente al revés: existiendo Dios, tal como ellos lo pintan, cualquier cosa está permitida para quien sepa moldear el concepto de Dios; existiendo Dios, nada está seguro, todo puede ser modificado, lo bueno puede volverse malo y lo malo bueno según los dictados de Dios —transmitidos siempre por sus voceros— lo manden; existiendo Dios, no hay orden, sólo hay una intencionalidad inescrutable, voluble, caprichosa, en el fondo de todo. Así un terremoto puede ser un aviso, una señal, un castigo, una prueba, o bien nada de eso o todo eso junto: un misterio más para los amantes del misterio y de la oscuridad.

domingo, 20 de marzo de 2011

Más voceros de Dios (A229b)

Ésta es una continuación del post anterior en el que hablé de los buitres que se aprovecharon del terremoto y el tsunami en Japón para llevar agua al molino de su dios. Para ser completo no quería dejar fuera a dos buitres notorios, uno bien conocido aquí en Argentina y otro que quizá les sea familiar a quienes sigan las andanzas de la ultraderecha norteamericana.

De Elisa “Lilita” Carrió, política, fundadora de múltiples partidos y especialista en profecías apocalípticas, tuvimos hace unos días el siguiente pronunciamiento:
Dios nos está diciendo que debemos cuidar el planeta, que no sigamos destruyendo la Tierra, que vivamos en la verdad, en la decencia, en la justicia, que no usemos la tecnología, aunque sea de manera pacífica. Hay que leer los signos de los tiempos.”
Con lo cual nos enteramos que no sólo es una fanática religiosa paranoide, sino que además es una particular especie de ludita.

Del otro extremo del continente vino la reflexión de Glenn Beck, uno de los comentaristas preferidos de la ultraderecha estadounidense:
“Yo no digo que Dios está causando los terremotos… bueno, tampoco estoy diciendo que no es así. Lo que haga Dios es cosa de Dios… Pero diré esto… Lo llames Gaia o lo llames Jesús, aquí se está enviando un mensaje, y el mensaje es ‘¿Ven lo que estamos haciendo? No está yendo muy bien eso. Quizá deberíamos dejar de hacerlo.’”
Beck dijo también, con el aire risueño de quien sabe mucho del tema, que nos espera “un viaje con muchas sacudidas”, y que deberíamos seguir los diez mandamientos.


Desde luego, Beck es sólo uno de los buitres más conocidos. Aquí hay otro, que afirma que profetizó en 2005 que habría un terremoto en Japón (¿cuándo? algún día…) porque en una misión apostólica enviada a Hokkaidō descubrió que era una “plaza fuerte del espiritismo”. El punto de la isla de Hokkaidō más cercano al epicentro del terremoto está a 400 km del mismo; la capital de la prefectura, a más de 500 km. Dios evidentemente no tiene buena puntería.

Muchas otras aves de carroña menos conocidas se han venido posando sobre la ruina en estos días. Una de ellas, Cindy Jacobs, afirma que ella profetizó que ocurrirían “explosiones volcánicas” en el llamado Cinturón de Fuego del Pacífico (qué difícil adivinar eso, ¿no?) y que Dios debe estar dolido por la muerte de tantas personas, no por el hecho en sí sino porque indudablemente muchas de ellas no tuvieron oportunidad de conocerlo (es decir, se han ido al infierno por ignorantes). A Japón le ha ido mal económicamente en los últimos tiempos porque ha vuelto a adorar a Amaterasu, la diosa solar, y además Dios le dijo a ella hace tiempo que Japón sería “la hoz en la mano del Señor”, cosa obvia cuando uno ve la forma curva, como una hoja afilada, del archipiélago. Por otra parte, también puede verse una forma como de dragón, con la isla de Hokkaidō como la cabeza. Los orientales han adorado al dragón (que es Satanás) hace milenios. Y el terremoto ocurrió en lo que sería el abdomen blando del dragón, su punto más vulnerable.
“Oremos para que la profunda idolatría y la adoración de centenares de ídolos bajo la guisa de shintoísmo o budismo y la pretensiones de ser ‘hijos del dragón’ sean quebradas, y para que miles se vuelvan hacia el Señor.”
Creyentes anónimos, en todas las redes sociales, han expresado pensamientos similares, variando entre lo repugnante y lo patéticamente crédulo. En el Twitter de Alerta Religión, por ejemplo, recibí esto:
Que nadie se deje engañar. Pongan Mateo 24 en Google y lean los signos que Jesús indica como previos a su 2da venida
El capítulo 24 del evangelio de Mateo es donde Jesús suelta una ristra de profecías bastante generales para dejar en ascuas a sus discípulos. Jesús acierta al predecir la destrucción del templo de Jerusalén, aunque su mérito queda bastante disminuido por el hecho de que Mateo escribió sobre esa predicción unos diez años después de la destrucción del templo. Lo único mínimamente relevante en esta lista de “signos de los tiempos” es el versículo 7: “Se levantará nación contra nación, y reino contra reino. Habrá hambres y terremotos por todas partes.” Por desgracia esto se puede aplicar a casi cualquier época de la historia humana.

Los ejemplos tomados de internet son innumerables. Para no agobiar al lector mencionaré uno más que, de paso, servirá para que los defensores del cristianismo con envidia de la fatwa no crean que sólo critico a su religión. En el blog del LA Times tenemos el comentario de un musulmán, aquí traducido de su inglés muy básico:
Japón fue primer país en prohibir hijaab islámico.
Primer país en detener enseñanza del sagrado Corán.
Primer país en romper páginas del Corán.
Japón es totalmente anti-musulmán.
Es el AZAAB de Alá en el día especial islámico "VIERNES"
Es una Lección al mundo entero. . . . . . . .
Las tres primeras acusaciones son, que yo sepa, falsas. Si alguien se pregunta qué es el AZAAB, todo indica que es عذاب ‘adhab, que significa “castigo” o “tortura”. El viernes es el día sagrado musulmán, como el sábado para los judíos y el domingo para los cristianos. Al menos el dios cristiano descansa en domingo; el dios musulmán se dedica a destruir países que no le caen bien.

viernes, 18 de marzo de 2011

Terremotos, tsunamis, religiones y otras catástrofes (A229)

Hoy se cumple una semana del gran terremoto de Tōhoku y el subsiguiente tsunami que barrió con las costas del noreste de Japón y causó, además de la muerte de miles de personas y el desplazamiento forzado de decenas de miles, una crisis —que en este momento está aún por resolverse— en la central nuclear Fukushima I.

A medida que pasaban las horas la información disponible se multiplicaba, y con ella el amarillismo y las opiniones catastrofistas. Yo seguí con avidez el desarrollo de los hechos, traté de llevar calma a mi pequeño rincón de la vida real y de las redes sociales, y me quedé esperando la segura aparición de los repartidores de culpas: esa gente de poco seso y menos empatía que es atraída por las tragedias porque éstas les dan la oportunidad de pontificar sobre lo que a ellos les interesa.


El primero de estos buitres que descendió sobre el desastre fue un pastor pentecostal coreano, Cho Yong-gi. En sus propias palabras: “Me temo que este desastre puede ser de las advertencias de Dios contra el ateísmo de los japoneses y el materialismo. Espero que esta serie de eventos conduzca a los japoneses a volver sus ojos hacia Dios.” Desde luego, no tardaron en aparecer quienes dijeron que Cho no es un verdadero cristiano, porque ningún cristiano diría algo tan horrible.

Poco después, buscando, llegué al nido de otro buitre, el sitio web pomposamente llamado “Embajada del Reino de los Cielos”, en el que compara la destrucción causada en Japón (y antes en Haití y otros lugares) con la leyenda bíblica de Sodoma y Gomorra, destruidas por Dios con una lluvia de fuego y azufre a causa de su inmoralidad. Japón fue castigado, dicen, por su nivel de prostitución, la pornografía infantil incluida en el manga, y la inmoralidad en los videojuegos. Lo mejor de todo está al final: una actualización del post aclara que “los primeros comentarios emitidos en este articulo son consecuencias del ataque de una pagina atea, anticristiana, intolerante, obtusa y cerrada no abierta a escuchar sino a encapricharse en sus razonamientos”. Espero que mis lectores sepan ganarse sus propios calificativos desagradables de parte de esta gente.

Un tercer buitre, nada menos que el gobernador de Tokyo, Shintarō Ishihara, hizo lo suyo afirmando en una conferencia de prensa que “la identidad del pueblo japonés es el egoísmo, y debe de aprovechar el tsunami como un medio de lavar su codicia… realmente creo que fue un castigo divino”. Tuvo que retractarse.

Buitres de una clase ligeramente diferente aprovecharon los despojos no para pontificar sobre la ira de Dios, sino —irónicamente— para hablar sobre su bondad, aunque con una sutil advertencia. Según algunos católicos, Dios preservó el lugar de una aparición de la Virgen de las consecuencias del terremoto:
El santuario de Akita, lugar de las apariciones de 1973 y cercano al epicentro, quedó a salvo
Allí la Virgen anunció a la religiosa Agnes Sasagawa grandes catástrofes si el mundo no hacía penitencia.
Según esta leyenda, la hermana Sasagawa recibió tres mensajes de la Virgen María mientras era postulante en el convento de las Siervas de la Eucaristía en Akita, en el norte de Japón. Los mensajes eran lugares comunes del misticismo católico: que la inmoralidad invadiría al mundo, que la Iglesia sería atacada, y que “si los hombres no se arrepienten y mejoran, Dios Padre aplicará un terrible castigo sobre toda la humanidad… mayor que el Diluvio bíblico… Caerá fuego del cielo y barrerá a gran parte de la humanidad, a los buenos tanto a como los malos…” (¡cuánta justicia!).

En la Catholic News Agency (contrapartida en inglés de nuestra familiar ACI) la noticia apareció como “Epicentro del terremoto japonés cerca de sitio de aparición mariana”. Parece probable que esta haya sido la fuente.

El único pequeño problema con esto es que Akita está a casi 250 km del epicentro y del otro lado de la isla de Honshū. El tsunami nunca llegó allí; el terremoto causó daños pero el terremoto no se sintió con toda su fuerza. Por otra parte, el territorio de la diócesis de Sendai, que comprende las prefecturas de Aomori, Iwate, Miyagi y Fukushima, recibió un castigo terrible. Nuestra Señora de Akita, como los dioses tribales y de las ciudades-estado de la Antigüedad, parece tener poder sólo a nivel local.

Para no darles espacio exclusivo a los buitres, quiero recordarles que podemos ayudar a Japón donando aunque sea un poco de dinero a través de la Cruz Roja o (si prefieren) a través de la iniciativa de la Fundación Richard Dawkins, Non-Believers Giving Aid (ir hasta el final de la página y elegir, da lo mismo una bandera que otra). No quedemos mal, que el Papa, tan sacrificado él, ha donado cien mil dólares. Habrá tenido que empeñar unos cuantos de esos cálices de oro de los que tanto le gusta beber…

jueves, 10 de marzo de 2011

El crimen del padre Alessio (A228)

Como ya sabrán muchos de los lectores por la prensa, el sacerdote Nicolás Alessio, que había sido suspendido por el arzobispo Carlos Ñáñez en julio de 2010 mientras se le sometía a juicio canónico, acaba de ser separado definitivamente de sus funciones. ¿La razón? Haber apoyado públicamente la reforma del Código Civil que permitió el matrimonio entre personas del mismo sexo.

No escribí nada sobre este cura por entonces porque me cuesta asumir una postura justa o al menos coherente frente a quienes podríamos llamar progresistas o reformistas dentro de la Iglesia Católica (o de cualquier otra religión). Entiendo muy bien que todos tenemos limitaciones, y una de las mías es la incapacidad de comprender la forma de pensar de quien pertenece orgánicamente a la Iglesia pero rechaza sus dogmas y su autoritarismo. Supongo que es posible, con mucha fe, creer que uno está en lo correcto y que “Dios” (definido a gusto del hablante) está del lado de lo que consideramos correcto. A la vez percibo como una limitación de Nicolás Alessio —y de infinidad de otros sacerdotes y laicos— la incapacidad de dar un paso más y convencerse de que esa Iglesia a la que rechazan como corporación es también la Iglesia que cada día recicla el concepto de “Dios” para su uso propio, la Iglesia que (para todos los fines prácticos) inventó al dios que ellos adoran.

Es que, aunque intuitivamente resulte paradójico, es el sacerdote o el laico comprometido el mejor posicionado para descorrer el velo de la fe y enfrentar el vacío que hay detrás de él. Quien comercia diariamente con objetos preciosos es quien está mejor entrenado para detectar cuándo son falsificados. (La analogía falla, eso sí, porque no existen esos preciosos dioses genuinos: todos ellos son igualmente un fraude, aunque algunos son fraudes más evidentes que otros.)

De la Iglesia dice Alessio: “Es antidemocrática, autoritaria y se opone a todos los que piensen distinto.” ¿Y cómo podría ser de otra manera? La Verdad no puede someterse a votación, y siendo la Verdad lo más importante (más incluso que la propia vida, como bien sabían los inquisidores medievales), ¿cómo se le va a permitir a un pastor de almas llevarlas por el camino de la mentira? ¿Nicolás Alessio nunca supo antes cómo era la Iglesia a la que pertenece por propia voluntad?

Dije más arriba que me cuesta ser justo. No es fácil borrar décadas de adoctrinamiento y de autoengaño. Alessio es una víctima de su propia formación religiosa, igual que la mayoría de los creyentes. Su progresismo, su humanismo de base, es indiscutible, pero no se ha dado cuenta todavía de que no necesita la muleta de la religión para afianzar esa base. Es mil veces preferible una Iglesia incoherente con su doctrina, una Iglesia formada por gente como Alessio, que una Iglesia más “pura”, en la que todo lo que el Papa escribe y proclama se cumple al pie de la letra (tal Iglesia, obviamente, jamás ha existido, pero en otras épocas se le acercaba más que ahora). Eso no quita que uno pueda llegar a cansarse bastante cuando tanta gente se sorprende y se agita al comprobar que la Iglesia es como es. No se puede protestar contra el sistema y estar dentro del sistema. Si no hay peligro de sufrir consecuencias por protestar, la protesta se transforma en algo bastante fácil. Nicolás Alessio quiso seguir su propia brújula moral y al mismo tiempo seguir viviendo en la casa parroquial de la Iglesia a la que juró someterse.

La Iglesia es, en Argentina, la institución que más confianza suscita entre la gente (los políticos, los sindicatos y el sistema judicial están kilómetros por debajo en ese ranking). Esto explica, hasta cierto punto, por qué hay quienes sufren vahídos cuando la Iglesia actúa según su reglamento. Nicolás Alessio no merece ser sacerdote católico. Su doctrina no concuerda con la oficial y él ha sido desobediente. La Iglesia no es una democracia. La Iglesia no es una institución de bien público. A la Iglesia no le importan —prioritariamente— los derechos humanos ni la autonomía moral de las personas. La Iglesia no existe para mejorar la condición de los pobres o eliminar las discriminaciones. La Iglesia tiene en sus filas a muchas buenas personas, pero su misión no es de bondad sino de dominio. ¿Es tan difícil de entender?

viernes, 4 de marzo de 2011

Qué hacer por las mujeres argentinas (A227b)

Escribo esto como una postdata a mi post anterior sobre la extensión de la Asignación Universal por Hijo a las mujeres embarazadas a partir de la 12ª semana, que la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner anunció en su discurso inaugural de las sesiones del Congreso. Allí hablaba de la interpretación, falaz pero no del todo desorientada, que del discurso en cuestión hizo un activista católico, en el sentido de que esa extensión de derechos de los niños a los fetos era una aceptación implícita de la visión católica sobre la vida humana.

Dado que Cristina es meticulosa en sus discursos y que se refirió a las mujeres como “compañeras de género”, es interesante notar cuáles son los grandes temas ausentes para el género femenino. La presidenta habló de la mortalidad materna y curiosamente salió enseguida al cruce de la cuestión obvia:
Cuando hablamos de la evolución de la mortalidad materna, tiene que ver siempre con la inequidad de género pero fundamentalmente con la injusticia social, fundamentalmente con la injusticia social, seas hombre o mujer, o te morís enferma por una cosa o se muere el hombre enfermo, pero la injusticia social sigue siendo el gran separador y el gran negador de derechos en la República Argentina.
La mortalidad materna no es la mortalidad de las mujeres que son madres. Según la OMS, una muerte materna es “la muerte de una mujer durante su embarazo, parto, o dentro de los 42 días después de su terminación, por cualquier causa relacionada o agravada por el embarazo, parto o puerperio o su manejo, pero no por causas accidentales”, por lo cual el comentario de Cristina es inexacto. Las madres argentinas mueren por inequidad de género, porque son ellas las que se quedan embarazadas y las que recurren al aborto ilegal en condiciones inseguras; y esto no es sólo desde lo biológico: la mujer enfrenta inequidad en la atención médica y ante la sociedad porque nuestra cultura carga toda la responsabilidad del embarazo sobre ella. Las complicaciones de abortos inseguros son la mayor causa de mortalidad materna en Argentina. Y la causa previa al aborto inseguro es el desconocimiento de cómo prevenir el embarazo o la incapacidad cultural de negarse a la relación sexual. El gran ausente del mensaje de Cristina a sus compañeras de género es la educación sexual.

Aquí hemos hablado con frecuencia de la educación sexual. En Argentina los avances han sido lentos y verdaderamente no se puede decir que el Estado haya hecho bien las cosas. Cada provincia hace lo que le parece con el tema. Los maestros nunca son capacitados, o son capacitados con materiales deficientes. La Iglesia presiona para sacar de los programas escolares los contenidos de educación sexual (el arzobispo de La Plata, Héctor Aguer, prácticamente ha hecho carrera denunciando e instando a los padres a protestar contra la educación sexual laica). Las escuelas confesionales cumplen con el mínimo absoluto de los contenidos, y luego los sepultan bajo una asignatura de moral o religión que los anula, o bien utilizan (con permiso del gobierno local) materiales absolutamente propagandísticos y anticientíficos elaborados por editoriales religiosas. En 2006 se aprobó con bombos y platillos una Ley de Educación Sexual, pero con plazo de aplicación a cuatro años (es decir, el año pasado), aún sin novedades. En algunos lugares la falta de esta educación de primordial importancia se puede atribuir a la interferencia de los sectores conservadores; en otros no cabe más que la mera desidia.

Si la presidenta desea proteger a las mujeres y a sus familias de la inequidad de género y de la injusticia, lo mejor que puede hacer es darle nuevo impulso a una ley que mande educar a las niñas y jóvenes para que sepan elegir su maternidad. Y para eso no cabe otra alternativa que enfrentar a la Iglesia Católica y atacar el catolicismo cultural, que idealizan la abnegación materna y promueven la maternidad como máxima aspiración de toda mujer. Está ampliamente comprobado en todo el mundo que, cuando las mujeres se educan, tienden a tener hijos más tarde, en menor cantidad y más espaciados, y que esto a su vez les permite seguir educándose, trabajar y progresar. Darles dinero a mujeres pobres e ignorantes cuando ya están embarazadas, y prometerles más cuando —gracias a un Estado ausente de su educación— sigan teniendo más y más hijos, es sólo un paliativo.

¿Asignación por hijo no nacido? (A227)

Guillermo Cartasso
Me llaman la atención sobre una “libre interpretación” del importante anuncio realizado por la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner en su discurso de apertura de las sesiones legislativas de este año: la llamada “Asignación Universal por Hijo”, subsidio estatal que cobran muchos padres o tutores de menores de 18 años, será extendida a partir de mayo a las mujeres embarazadas desde el segundo trimestre. Para Guillermo Cartasso (profesor de la Universidad Católica Argentina y asesor de la Conferencia Episcopal), esto significa un “no al aborto”, según publica la agencia AICA.

Escuchando la parte relevante del video del discurso, no parece que Cartasso pueda honestamente decir que “la Presidenta de la Nación [extiende] la asignación universal por hijo a las embarazadas […] porque reconoce que la vida humana empieza desde la concepción”, ni mucho menos que con el anuncio “se da por tierra la pretensión de aprobar el aborto”. (De Cartasso, por otra parte, no vamos a esperar honestidad ni coherencia. Es el mismo que hace unos meses dijo que los católicos son una minoría discriminada… porque no les dejan negarse a reconocer el derecho legal de dos personas del mismo sexo a casarse.)

Cristina Fernández de Kirchner
El problema aquí es que Cristina Fernández de Kirchner ha dicho más de una vez que, aunque no considera que los promotores del derecho al aborto seguro y legal estén “a favor del aborto”, ella misma está enfáticamente “en contra del aborto”. Si nadie está a favor del aborto, ¿por qué marca esa oposición? ¿Quiere decir que está en contra del derecho al aborto? ¿Quiere decir que argumentaría en contra, o pediría a los legisladores de su partido que argumentaran y votaran en contra de un proyecto de ley para legalizar el aborto, si llegara el caso? ¿O significa —como interpretan todos— que como presidenta vetaría una ley de esa clase si llegara a aprobarse?

Cristina de Kirchner es bien conocida por citar cifras y estadísticas profusas y contundentes en sus discursos. Aquí sin embargo habla de las cifras de mortalidad materna en forma confusa y contradice las estimaciones que hablan de las complicaciones de abortos inseguros como la mayor causa de muerte materna. Estas estimaciones han sido utilizadas frecuentemente, no sólo por activistas en favor del derecho al aborto, sino por legisladores del mismo partido oficialista y por el mismo Ministerio de Salud, aunque no tanto desde que Cristina nombró ministro a Juan Luis Manzur, un médico conservador y según parece miembro del Opus Dei (el mismo que en julio de 2010 protagonizó el fiasco de la Guía de Abortos No Punibles).

Hay otro tramo del discurso que Cartasso no mencionó y que resulta (a mí y a otros) bastante significativo. La presidenta habla de la necesidad de una nueva ley de adopción:
[N]ecesitamos un instrumento que proteja el interés de los menores y que evite que las familias desesperadas por tener un hijo terminen cometiendo actos ilegales y beneficiando maniobras ilegales porque no pueden acceder al derecho de la maternidad o de la paternidad.
Aquí el tema del aborto brilla, justamente, por su ausencia en un punto donde debería estar. Las compraventas de niños y las adopciones ilegales son un problema grave, pero si tenemos que pensar en mujeres o familias impulsadas a la ilegalidad por culpa de una ley restrictiva, el primerísimo tema es el del aborto, no el de la adopción ilegal. Por lo demás, el pedido de una ley de adopción más ágil fue una de las iniciativas con que la derecha intentó, durante el debate por el matrimonio igualitario, desviar la atención: se decía que, antes que las parejas homosexuales, había muchas parejas heterosexuales (normales) que podrían y querrían adoptar niños, si la ley no fuera tan burocrática, y que la ley actual daba privilegios a las parejas homosexuales porque no tenían que demostrar su infertilidad.

El asunto de facilitar la adopción también surge, aquí y en otras partes del mundo, cada vez que se intenta hablar de aborto: la idea es que el Estado debe fomentar que las mujeres embarazadas no aborten sino que lleven su embarazo a término (aunque eso les ocasione graves problemas físicos, psíquicos o económicos) y luego den su hijo en adopción. Y que la presidenta de un gobierno que ha hecho mucho para que se juzgue la apropiación y adopción ilegal de bebés durante la última dictadura ignore ligeramente todo esto es llamativo, más cuando pareciera que está justificando los “actos ilegales”. El tráfico de bebés (que, dicho sea de paso, sigue vivo y bien en las provincias más pobres de Argentina) no es causado ni puede ser justificado por una ley de adopción burocrática, sino que surge de personas inmorales sin escrúpulos, sean traficantes, políticos, policías y jueces corruptos, o personas “desesperadas” por ejercer su “derecho a la paternidad”.

Las distorsiones y exageraciones de parásitos clericales como Cartasso pueden existir debido a la ambigüedad sobre el tema del aborto de muchos políticos que están en el poder, de los cuales la presidenta es la más importante en este momento, aunque no la única. Está muy por debajo de la investidura presidencial molestarse en aclararle a un ciudadano que la presidenta no dijo lo que obviamente no dijo, y en todo caso no cabe esperar de ningún político, en un año electoral, definiciones tajantes sobre ningún tema controvertido que pueda quitarle votos. Pero en algún momento esas definiciones deben llegar. Seguimos a la espera.

P.D.: este artículo continúa en Qué hacer por las mujeres argentinas.

martes, 1 de marzo de 2011

Vas a vivir hasta que yo te diga (A226)

Dr. Jordi Valls
(foto: Belén Díaz, ABC.es)
Los apologistas que bajo la guisa de editores y reporteros trabajan para la agencia católica ACI Prensa tienen, como suelen tener los apologistas religiosos, un importante déficit de lógica, más allá de que sus errores suelen ser voluntarios. Ahora nos vienen con que un médico ha derribado el “mito” de que muchos enfermos terminales quieren que les permitan una muerte digna. Como otra nota reciente, en la que afirmaban que el caso chileno ”demuestra” que la mortalidad materna no se reduce cuando se legalizan los abortos seguros, este ataque al derecho a morir libremente es, aparte de malintencionado, falaz y ridículo.

Que el Dr. Jordi Valls, “uno de los más destacados expertos españoles en cuidados paliativos”, no haya recibido “nunca” un pedido de eutanasia por parte de uno de sus pacientes, es posible, aunque poco probable (sí, esto significaría que el Dr. Valls está mintiendo; ¿sería eso tan extraño?). Por la forma en que lo cuenta, uno puede intuir que, si algún paciente hizo tal pedido, el Dr. Valls se rehusó a procesarlo mentalmente y lo transformó en otra cosa.
“La mayoría de quienes te dicen 'yo no quiero vivir' resulta que lo que te están diciendo es 'yo no quiero vivir así', y en cuanto tratas el 'así', habitualmente ya se no repite el 'no quiero vivir'.”
Qué ocurre cuando no hay tratamiento efectivo, y qué se hace con los casos que se salen de lo que “habitualmente” ocurre, no nos lo dice el Dr. Valls.

Pero todo esto no tiene demasiado sentido porque todo el artículo es una anécdota personal, emocionalmente útil (para la propaganda), pero irrelevante. Dudo que haya estadísticas más o menos fidedignas sobre la cantidad de personas que piden a su médico que las deje morir o que acelere su muerte. La mayoría de las personas que llegan a ese trance probablemente no tengan la lucidez de Melina González (sobre quien comentábamos el otro día), que a los 19 años y con una enfermedad terminal ha tenido que enfrentarse a una negativa absurda e ilegal a obtener una sedación paliativa, es decir, ni siquiera una eutanasia sino la inconsciencia sin dolor hasta su muerte natural.

Lo de Melina, por supuesto, también es una anécdota, también es irrelevante desde el punto de vista científico, al cual el legislador debería acudir para plantearse: “¿Debo hacer legal la eutanasia o no? ¿Es un clamor de muchas personas o un mero capricho de unos pocos ideólogos?”. Quizá el Dr. Valls crea en la segunda alternativa. Juan Pablo II, el próximo gran santo, inventó en su época la expresión “cultura de la muerte”, con la cual quiso manifestar su creencia (conspirativa y paranoica) en una ideología global determinada a destruir al hombre. Si excluimos esa idea fantástica, nos queda preguntarnos si debe ser legal algo que algunos, aunque sean muy pocos, piden desesperadamente.